2017/03/08

UN DÍA EN TARRAGONA

Se acercan los días del año en los que volvemos de nuevo al Mediterráneo. A disfrutar de la primavera, de la suavidad del mar y su clima, de la buena comida, de los sonidos tranquilos. Qué ganas tenemos... Tantas ganas que hoy nos ha dado por colgar una entrada del día que pasamos en Tarragona durante nuestra última escapada mediterránea, y que tal vez sirva para alguno de vosotros cuando se acerque por allí la primera vez.

Visitar Tarragona es conocer su historia y su gran patrimonio. Romano, medieval, modernista, cultural. Nuestra visita comenzó subiendo por la Rambla Nova, pues lo mejor de la llegada a la ciudad es asomarse al Balcón del Mediterráneo. Desde un gran desnivel se descubre el paisaje del horizonte levantino, el lugar por donde sale el sol y desde donde uno se imagina que llegaron, miles de años atrás, los primeros romanos. Girando a la izquierda se descubre el que es, sin lugar a dudas, uno de los mejores anfiteatros de la península. El de Tarraco es especial por su relación con el mar y la colina en la que sea asienta, por su tamaño y su estado de conservación. Construido en el siglo II d.C., es testimonio de la importancia que tuvo Tarraco en el Imperio Romano por aquellas fechas, ya que podía albergar hasta 15.000 espectadores. Después de la decadencia romana, en su interior se construyeron dos iglesias, una sobre la otra, la basílica visigoda de San Fructuoso y la románica de Santa María del Miracle, del XIII.

Pero el anfiteatro no es la única joya romana de Tarragona. De camino al centro histórico se encuentran los restos de la muralla y la Torre del Pretorio, utilizada en la Edad Media por los Reyes de la Corona de Aragón como castillo y prisión. Pasando por sus muros, se entra bordeando la muralla y visitando algunas bóvedas que todavía manifiestan la grandeza de lo que fue el Circo romano. Detrás del Pretorio se descubre la deliciosa Plaça del Rei, donde la Iglesia de la Santísima Trinidad convive en armonía con el Museu Nacional Arqueològic de Tarragona. Aquí descubrimos unos maravillosos pavimentos que se extienden por todo el casco, alfombras pétreas que cubren plazas, calles y callejuelas con una apariencia antigua pero de reciente ejecución (1999). El trabajo de peatonalización de esta parte de la ciudad nos pareció exquisito, sensible con el entorno, muy recomendable para andar fijándose en el suelo. 

Callejeando se llega a la Catedral, cuya fachada principal se puede disfrutar perfectamente desde la pequeña plaza escalonada que la acompaña. Siguiendo por la zona, descubriréis la Plaça de la Font, donde está el Ayuntamiento, y pasando de nuevo a través de la Rambla al otro lado de la ciudad, al ensanche, recomendamos visitar el Mercat Municipal, un edificio de corte modernista,y los restos arqueológicos del Foro Romano.

Para los que ya estéis cansados y tengáis hambre, una recomendación asequible puede ser la que nos pasó nuestra amiga Silvia de Amigastronómicas. El Restaurante Filosofía. Allí se comen unas hamburguesas muy buenas, con trato y sitio agradable. Una vez degustadas, os recomendamos una vuelta a la zona del anfiteatro para acabar tomando un café, combinado o cocktail en la terraza de Les Granotes, donde disfrutaréis de la tarde viendo el Mediterráneo y descansando de la visita a una ciudad que siempre acompaña.

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